¡Santa Ana de Vuelta Larga, bendecida por Dios, progresista por su gente!

Extensas zonas de valle, praderas y cerros, acompañados del río Portoviejo se erigen cada día en más de mil kilómetros cuadrados de extensión de Santa Ana, la ciudad centenaria que provee de vida a cientos de miles de manabitas.

De dos abundantes afluentes, los ríos Mineral y Pata de Pájaro surgidos de las extensas montañas nace el río Grande o Portoviejo, ese extenso torrente que provee de agua para el tratamiento y posterior abastecimiento de agua potabilizada a más de 700 mil almas.

No solo vida nutre Santa Ana de Vuelta Larga (como fue conocida en sus inicios por allá en 1884), también de generosidad, de gente laboriosa y orgullosa de sus raíces.

La ciudad fue levantada en medio de potreros y vastas zonas de cultivos que comerciantes de Portoviejo y otras localidades de inicios del siglo 19 aprovecharon de la existencia de este lugar bendecido por un río y una zona donde crece todo, desde cultivos hasta el amor al prójimo.

Fueron necesarios más de 40 años para que Vuelta Larga, como se conocía a este lugar ubicado a unos 40 kilómetros al este de Portoviejo, para que pasara de parroquia de la capital manabita a cantón.

Fueron Eladio Burbano, Carlos López, Miguel Jaramillo, Carlos A. Egas, Gil Antonio Cedeño y Pedro Melchor Aragundi, quienes ese día prestaron su juramento como los primeros concejales de Santa Ana, y con ello pasaron la historia como los primeros representantes municipales de esta urbe manabita que en este 2022 recuerda precisamente 138 de ese acto político.

A través de la historia Santa Ana ha sido como cantón testigo del desarrollo de Manabí. A sus tierras llegó el tren a inicios del siglo 20, aquella locomotora llena de sueños de progreso que surgía en Manta y transportaba el progreso de las manos laboriosas de varios cantones.

Cítricos como la naranja, la tagua y hasta cady salían de Santa Ana con fines comerciales a Manta y al mundo, principalmente la tagua. El palo de balsa también salía de las montañas santanense, como actualmente también sucede.

Esa bonanza comercial hizo que las casi inhóspitas tierras de Santa Ana fueran surcadas por agricultores y empresarios que comenzaron a poblarlas. Venían de todos lados, dejando progreso y apellidos que ya son tan familiares como la iglesia, como su gente, como su producción, llegaron los Cevallos, Aráuz, Pico, Moreira, García, Mieles, Mendoza, Arteaga, Burgos y otros que aún se mantienen en esta urbe y siguen entrelazando nexos con otras parentelas.

Pero Dios y Santa Ana, su patrona, no dejaron que solo producción agrícola fuera lo que generara esta tierra bendita, pues también el arte se tomó la ciudad rodeada en su centro por los cerros Bonce y Sasay.

Horacio Hidrovo Velásquez nació en estas tierras allá en 1902. De su creación literaria nació “Un hombre y un Río”, que con el paso de los años incluso fue reflejada en una película.

Una de sus obras inmortales fue la narración a uno de los sitios más emblemáticos y llenos de fe de Santa Ana, como lo era la actual iglesia ubicada en el corazón de la ciudad.

“La torre de mi pueblo era bonita. Se alzaba, blanca, entre doscientas casas, como queriendo regalar al mundo una definición del infinito…”, era parte de este poema denominado precisamente La Torre de mi pueblo.

Un hombre impertérrito, que dejó su vida por el arte y la cultura, con una extensa lista de poesías, respeto a toda demostración actoral no solo en Manabí sino en el país, actividades que legó a su hijo Horacio Hidrovo Peñaherrera.

Hidrovo Peñaherrrera también “parió” de su intelecto grandes obras que hoy son difundidas para las presentes y futuras generaciones del país.

Santa Ana, aunque pocos lo conozcan, también fue escenario de la considerada primera película con gran reconocimiento mundial, como lo fue La Tigra.

Fue en Taina, ese hermoso sector en donde las casas se despliegan en algunos espacios inhóspitos donde Camilo Luzuriaga trabajó por meses para llevar a cabo esta pieza del cine que hasta ahora segrega elogios del mundo actoral.

La población de Taina aún recuerda los días de grabaciones que tomaron semanas a esta comunidad. Aurelio Heredia también genera reconocimiento a Santa Ana por su constante aparición en la ciudad.

Otro artista plástico que vio la luz primera en estas tierras fue Ivo Uquillas Bermeo, hijo y descendiente de reconocidos artistas. Sus obras recorren el mundo.

Y la educación también dejó el nombre, legado, historia y reconocimiento de una gran catedrática nacida en estas tierras: Flor Medranda de Chancay.

Fue la primera mujer que presidió la Unión Nacional de Educadores en el país, en una época como un Gobierno dirigido por militares, que la siguieron, apresaron y hostigaron, pero que en ella no minó su intención no solo de educar, sino de ser la embajadora de los santanenses en Quito en donde se radicó y en donde yacen sus restos.

En el 2021, cuando se recordó el centenario de su natalicio, sus hijos realizaron un homenaje precisamente en Santa Ana, donde se resaltó su intachable hoja de vida, y en donde sus alumnas y amigos cercanos recordaron su brillante pasó por este mundo.

Pero en cada hijo de Santa Ana está esa mirada de ilusión, de cumplir sueños, de que solo tiemblan ante la injusticia, y que en el peor de los escenarios pueden alejarse de su tierra por mejores días, pero jamás saldrá de su mente y su corazón esta tierra que los vio nacer, crecer, enamorarse e incluso dejar sus restos.

Un santantese es sinónimo de alegría, de aprecio a la lealtad, a las fiestas en conjunto con sus seres queridos, a hacerse respetar en todo sentido, a cabalgar anhelos de progreso constante, bañados por el incesante río Portoviejo.

A 138 años de la Instalación del Primer Cabildo, la ciudad crece por sus hijos, por quienes no le dan la espalda jamás, ni en medio de anegaciones de desolación o desidia de quienes creen que son más que un pueblo unido y bendecido por Dios.

¡Salud SANTA ANA DE VUELTA LARGA!